El día que Ramiro nos enseñó una lección

Ajedrez

Corría el año 1982, yo estaba en cuarto grado, y en mi escuela habían decidido enseñarnos ajedrez durante unos meses. Resultó así que todos los miércoles luego del almuerzo venía un profesor especial a enseñarnos a jugar y a realizar movidas interesantes.

Sobre el final es este pequeño curso de ajedrez, organizamos un mini torneo.
Mi amigo Ramiro era aproximadamente un año más chico que toda la clase y exactamente un año más chico que yo, ya que cumplíamos años el mismo día.

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Paréntesis probabilístico: Aunque en ese momento creí que esa coincidencia era completamente fuera de lo común, muchos años más tarde se acabo la magia y aprendí a calcular que esa probabilidad, en un grupo de 23 personas es apenas superior a 0,5, y en un grupo de 70 ya llega a 0,99

Gráfico de probabilidad de cumpleaños el mismo día
Gráfico de probabilidad de cumpleaños el mismo día
Fórmula de probabilidad de cumpleaños el mismo día para un grupo de 23
Fórmula de probabilidad de cumpleaños el mismo día para un grupo de 23

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Ramiro era uno de mis grandes amigos, pero por esa maldad que tienen los niños, y al ser Ramiro un año menor, lo considerábamos menos inteligente. Cuando nos enojábamos con él le decíamos que se tenía que ir a un grado inferior.

La cuestión es que empezó el torneo, mi amigo Mariano y yo éramos medio los favoritos. Nos gustaba mucho el ajedrez. Yo hasta tenía un ajedrez electrónico, un Chess Challenger y lo usaba regularmente.

Chess Challenger
Chess Challenger

Ramiro también jugaba muy bien y le gustaba mucho, pero no nos habíamos dado cuenta, probablemente por esta idea que teníamos de que al ser un año menor era inferior a nosotros. A Mariano le tocó el primer partido con Ramiro, recuerdo que decía, “¿Con Ramiro? Es una papa.”. Y para sorpresa de todos lo perdió. Mariano se sintió humillado y no podía creer lo que le había pasado. Recuerdo su expresión agarrándose la cabeza y repitiendo: “Perdí con Ramiro, perdí con Ramiro…”.

Yo el primer partido lo gané sin problemas, y el segundo me tocó con Ramiro.
Empecé muy bien, pero por la mitad del partido la cosa se empezó a dar vuelta, y me terminó ganando. Estaba como Mariano, y tampoco lo podía creer.
Luego de ganar un par de partidos más sin mayores dificultades, Ramiro se consagró campeón de ajedrez de la clase.

Nuestra amistad en esa interminable y feliz infancia siguió estupendamente, y lo mejor es que nunca más tildamos a Ramiro de menos inteligente, ni le dijimos que se tenía que ir a otro grado.